Valoraciones

Los usuarios de videojuegos (o cualquier otra cosa) no solo hacemos uso de los productos que adquirimos o servicios a los que nos suscribimos: también, desde hace unos años, tenemos la posiblidad de expresar nuestro grado de satisfacción sobre los mismos tanto a título personal en redes sociales o blogs como en medios generalistas. Pero, como suele suceder, la falta de criterio lleva a menudo a hacer valoraciones nada objetivas que, además de los problemas que causan, suscitan ciertas reflexiones que hoy quiero exponer en este nuevo post…

Que los jugadores puedan emitir juicios de valor de manera libre e indiscriminada en sitios de influencia es una práctica relativamente nueva dentro de este mundillo de los videojuegos, así como en otros ámbitos como el cine, la televisión o la literatura. Antaño, la opinión que cada uno tuviera no pasaba de ser algo local, de grupo, y solo las de quienes trabajaban en la prensa especializada tenían la capacidad de dirigir al resto en una u otra dirección.

Sin embargo, de un tiempo a esta parte todos podemos aportar valoraciones que, en conjunto, adquieren una fuerza tal que incluso las propias compañías se ven sometidas de un modo u otro en base al sentir general que se refleja ya sea para bien o, como ha pasado ya demasiadas veces, para mal.

Las actuales webs de noticias ven plasmadas a menudo estas valoraciones en los comentarios que deja la gente acerca de los análisis realizados y si bien algo de fuerza pueden tener, donde más ejercen su influencia es en sitios como Steam o Metacritic, claros ejemplos de un poder, el de la palabra, que se le ha dado a los usuarios sin antes enseñarles a utilizarlo con sensatez.

No es, pues, nada extraño que se den casos de lo que se ha dado en llamar review bombing, que no es otra cosa que oleadas descontroladas de valoraciones, por lo habitual negativas, lanzadas con el único propósito de dañar la imagen del producto y/o la compañía que lo ha desarrollado. Por supuesto, hay ocasiones en las que se da el efecto opuesto con intención de ensalzar una o ambas cosas pero se suele llevar a cabo, como dije, para todo lo contrario.

Y lo peor es que logran su objetivo. En consecuencia, no pocas veces hemos visto a portavoces de diversos estudios hacer declaraciones públicas en relación a estas valoraciones, a menudo injustificadas, anunciando cambios y soluciones e, incluso, llegando a pedir disculpas como si hubieran cometido un delito contra la sociedad. El viejo dicho de «el cliente siempre tiene la razón» ha sido llevado al extremo y es este el que ahora tiene la sartén por el mango y decide, con sus comentarios, lo que otros deben hacer.

Por desgracia, no hay vuelta atrás. Todos (industria, medios, usuarios) nos hemos acostumbrado a hablar y opinar, muchas veces sin rigor ni criterio, sobre aquello que gusta o disgusta sin tener en cuenta lo que ello puede suponer a corto o medio plazo. Es por esto que yo me muestro en contra de esta práctica, por no hablar de las propias notas en sí mismas. De hecho, en alguna ocasión me he planteado eliminar mi propio sistema, el de las medallas, y si no lo he hecho es porque, además de ser en cierto modo una seña de identidad del blog, lo que refleje aquí no deja de ser algo testimonial, sin apenas presencia.

Pero en los medios de masas la cosa es diferente, y aunque deberían estos ser los primeros en querer resolver el problema, no lo van a hacer porque, en primer lugar, lo han creado ellos y, en segundo, les viene muy bien que la cosa siga puesto que así continúan recibiendo visitas, que es lo que realmente les interesa.

Sería ingenuo por mi parte pretender cambiar algo con este artículo pero creo que no está de más exponer un tema que, en última instancia, nos termina afectando a todos de una manera u otra. Las valoraciones, opiniones y críticas deberían, en mi opinión, volver al lugar que siempre ocuparon y no permitirse de manera abierta como hasta ahora porque ha quedado más que demostrado que, al igual sin ir más lejos que las redes sociales, son una herramienta poderosa que no se utiliza con cabeza. Y no importa que solo sean unos pocos los que causan estragos (cosa de la que no estoy muy convencido, dicho sea de paso) porque, no habiendo ninguno, no estaría ahora hablando de esto y todos viviríamos más tranquilos.

No quiero cerrar sin mencionar lo que, pienso, es lo más importante, a la par que triste, de todo esto: la «borreguización» a la que se nos somete, dado que la inmensa mayoría va a tirar siempre hacia donde vaya el grueso del grupo, independientemente de la dirección que se tome. Adiós pues al desarrollo de criterio propio que tenga solo en cuenta la percepción y gustos personales sin que lo que opinen otros deba influenciar lo más mínimo. Creemos ser libres por poder dar nuestra opinión pero, merced a eso, estamos más atados que nunca a designios ajenos.

Si te ha gustado este artículo, compártelo 👍🏻
1
0

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *