Finales de los 80. En un bar cualquiera de un rincón perdido de la ciudad de Alicante apareció, además de la aún habitual máquina tragaperras, un mueble arcade de color negro con un videojuego que cambiaría mi vida. El ahora clásico Shinobi de Sega llegó como un juego más, uno de tantos que se podían ver y disfrutar en los salones recreativos pero pronto me demostró que no sería un mero programa informático destinado a entretener porque no solo se convertiría en uno de los títulos que más he jugado a lo largo de todos estos años sino que me dio la oportunidad de adentrarme en un mundo totalmente desconocido que me hizo en gran medida quien soy. Estoy seguro de que ni sus propios creadores imaginaron jamás que su obra tendría tal influencia en un niño español…
No me refiero al de los videojuegos, que ya me había brindado grandes satisfacciones antes de la llegada de Shinobi. No, os hablo de las artes marciales en general y de los ninjas en particular. Huelga decir que, como niño, la imaginación se dispara y aunque uno por su condición llega a creerse todo lo que ve y luego descubre quizá con un poco de bajón la verdad (si bien no fue mi caso), lo cierto es que, en esencia, todo lo que llegué a conocer gracias a este maravilloso videojuego me resultó fascinante.

Pero no me refiero solo a las películas del género, bastante habituales en aquellos años, ni a otros juegos que pudieran compartir temática con este. Hablo del mundo real, de la cultura y filosofía oriental que todavía a día de hoy se transmite en las escuelas de aquellos lares o a través de los más diversos medios, físicos o digitales. Un abanico de posibilidades tan sumamente inmenso que, aun inabarcable en su totalidad, nunca ha dejado de interesarme. Por ello les estaré siempre eternamente agradecido a quienes idearon, desarrollaron y publicaron esta joya que el destino puso en mi camino.
Dicho esto, voy ya a centrarme en el objeto de este artículo, que es el juego en sí, comenzando por el reto que propone aunque, ciertamente, hablar del argumento de Shinobi es casi lo menos importante. En el juego tomamos el control de Joe Musashi, un maestro ninja del arte que da nombre al título que debe detener los planes de una misteriosa organización terrorista, la cual además ha secuestrado a muchos de sus jóvenes aprendices ninja. Así, a través de cinco niveles, cada uno compuesto por varias zonas de acción y una última en la que lucharemos contra el jefe del nivel, trataremos de abrirnos paso utilizando todas las habilidades de las que dispongamos.

Podremos golpear a los enemigos que nos salgan al paso con puñetazos y patadas bajas o en salto además de lanzar shurikens (estrellas ninja), aunque también será posible acceder a un arma más potente, una ametralladora que dispara balas explosivas que, a su vez, habilitará el uso de la katana en los ataques cuerpo a cuerpo. ¿Y a qué clase de los mismos nos enfrentaremos? Pues hay de todo, puesto que algunos serán exclusivos del nivel en el que nos encontremos mientras que otros nos aparecerán a lo largo de todo el juego.
Entre estos últimos, además de ninjas (cómo no), encontramos hombres armados con cuchillos, pistolas e incluso bazookas y, por supuesto, a los guardianes que custodian a los antes mencionados rehenes. Armados con una gruesa espada de hoja curvada y un amplio escudo, solo atacarán cuando estemos cerca de ellos. En ese instante arrojarán su arma como si fuera un boomerang, bien a la altura de la cabeza o de las piernas. Y entre los primeros veremos macarras en el primer nivel, esqueletos de antiguos guerreros que lanzan huesos y bichos saltarines en el cuarto o monjes en el quinto y último.

Shinobi no nos pondrá las cosas fáciles en determinados momentos, por lo que nos ofrece otra posibilidad para acabar con los enemigos que nos rodean y, dato importante, acabarán con nosotros con solo un golpe. Pero si vemos que nuestra vida peligra podremos hacer uso, una vez por cada zona, de la magia que limpiará la pantalla de cualquier adversario normal o bien causará un gran daño a los jefes finales si la utilizamos entonces. Existen tres tipos diferentes de magia pero no podremos elegir libremente cual utilizar sino que el juego nos asignará una en cada zona. Estas son la multiplicación del cuerpo, en el que multitud de réplicas del protagonista recorrerán la pantalla durante unos segundos, un tornado equipado a su vez con letales cuchillas curvas y la descarga eléctrica.
Ahora bien, Shinobi también premia a los más habilidosos con puntuación adicional si somos capaces de llevar a cabo las siguientes tareas. Para empezar, una bonificación de 5.000 puntos si durante nuestro recorrido por la zona no hacemos uso de la ya mencionada magia pero, si se busca un reto todavía mayor, podremos obtener 20.000 más si derrotamos a los enemigos sin efectuar un solo disparo, ya se trate de shurikens o balas de la ametralladora. Es decir, si pasamos de zona solo con ataques cuerpo a cuerpo.

Y como premio mayor tenemos las fases de bonus entre niveles, donde nuestro objetivo no es otro que liquidar a todos los ninjas que, moviéndose por finas plataformas, se irán acercando a nosotros. Si uno solo consigue saltar y caer delante nuestra, habremos fallado pero, si acabamos con todos, se nos recompensará con una vida adicional. Lo bueno es que la secuencia de aparición de los ninjas enemigos siempre será la misma en cada una de las fases, con lo que lo único que habrá que hacer para superarlas es recordar y aprender dicha secuencia para futuras partidas.
Shinobi es una excelente muestra de buen gusto en términos de apartado gráfico. Todo lo plasmado en pantalla, personajes y entornos, luce con gran atractivo. Estos últimos también son muy variados en su apariencia y retos propuestos, pasando desde las calles del primer nivel a la mansión oriental del último con su jardín de bambúes y un puerto con un almacén, una base oculta en la montaña y un templo por en medio.

Los personajes, como podéis imaginar, no van a la zaga, si bien parece notarse en algunos de ellos más esmero en su realización. Así, mientras que los hombres armados, sin estar mal, sí se ven más limitados en sus movimientos, no puedo decir lo mismo de los ninjas, cuya animación es muy posiblemente de lo mejor que había en aquellos años no solo en este juego sino en todos gracias a una transición y suavidad de acción que resulta en una verdadera obra de arte en este sentido.
Y no puedo cerrar este apartado sin describir las fases de bonus, en cuya descripción he omitido este detalle por considerar más apropiado plasmarlo aquí. En ellas, a diferencia del resto del juego, la acción se desarrolla en una perspectiva en primera persona en la que solo veremos las manos del protagonista con los shurikens y los enemigos que, a pesar de su creciente tamaño, se moverán con rapidez. Si, finalmente, fallamos la prueba, al menos podremos disfrutar del tremendo detalle corporal del ninja que nos haya llevado al fracaso.

Pero si bello es en lo visual, no lo es menos en lo sonoro, ya que cuenta con una de las más logradas bandas sonoras de la historia del videojuego (vale, sí, me he venido arriba, pero así lo pienso y siento), que ambienta a la perfección cada momento de la acción. De hecho, y cómo sucede con otros clásicos como por ejemplo OutRun, no hablo de una pieza o melodía que destaque sobre el resto sino que todo el conjunto es igualmente épico y reconocible por cualquiera que haya tenido la ocasión de deleitar sus oídos escuchándolo.

Ya os he comentado qué es lo que ha hecho que este título sea tan especial para mí, por lo que no tengo mucho más que añadir al respecto más allá de deciros que os invito a jugarlo si nunca antes habéis tenido la oportunidad. Creo que, aunque la experiencia que podáis tener con él sea distinta a la vivida por mí, sin duda disfrutaréis igualmente de él porque ha sido, es y será siempre un gran juego.
